Una enfermedad mortal, como negación de vida, es una amenaza contra el propio ser y sitúa al moribundo en uno de los momentos más importantes y singulares de su existencia, en un tramo final que puede afianzar todos sus logros, que puede rectificar parte de sus limitaciones mejorando al final su proyecto vital, o se puede anular, empobrecer, pervertir o distorsionar toda la coherencia de su vida hasta entonces. Por esto, es muy importante aprender a dejar morir al enfermo, sin anonadarlo con engaños o distracciones vitales, y, además, ayudarle con un acompañamiento íntimo y leal , que el permita morir en paz, de acuerdo con sus valores y preferencias. Un cuidador cercano, significativo para él –familiar, amigo o sanitario vocacionado-, puede cubrir esta necesidad, y no solo para ayudarle a prevenir los sufrimientos evitables y confortarle en los inevitables, sino, sobre todo, para reforzar su resiliencia, es decir, su capacidad de sobreponerse a fuerzas que tratan de doblegarlo, para q...