El carpintero escuchaba los halagos, pero pronto se dio cuenta de que, a pesar de las bonitas palabras, no se le tenía en cuenta cuando realmente importaba. Poco a poco, empezó a sentir que no valoraban su trabajo. Se dio cuenta de que no era cuestión de escuchar lo que decían, sino de observar lo que hacían. "No me sirve de nada que me digan que mis muebles son los mejores, si luego buscan a otros para hacerlos", pensaba.
Un día, tras reflexionar en oración, decidió tomar una decisión importante. "Si no valoran lo que hago aquí", se dijo, "buscaré un lugar donde realmente aprecien mi trabajo". Y así fue como se fue a otro pueblo cercano, donde las personas no solo elogiaban sus muebles, sino que confiaban en él y lo buscaban cuando necesitaban algo especial. Allí encontró el respeto que le faltaba.
Sin embargo, la gente del primer pueblo, con el tiempo, empezó a darse cuenta de algo. Aunque seguían comprando muebles de otros lugares, los hogares ya no tenían el mismo calor ni la misma belleza que cuando los hacía el carpintero. Y comprendieron que no basta con decir "me gusta lo que haces", si no se demuestra con hechos. Al dejar de valorar su trabajo en lo cotidiano, le hicieron sentir que no importaba, y con ello, le causaron una herida profunda.
La moraleja de este cuento es clara: no solo cuentan las palabras, sino los actos. Las decisiones que tomamos demuestran lo que realmente pensamos y valoramos. Así como Jesús le dijo a Pedro: "Apacienta mis ovejas", señalándole que no bastaba con decir que lo amaba, sino que debía demostrarlo a través de su servicio, también nosotros debemos recordar que el verdadero amor y aprecio se manifiestan en las acciones, no solo en lo que decimos.
Igual que el carpintero, todos tenemos un valor que debemos reconocer en nosotros mismos, pero también es vital que seamos conscientes de cómo nuestras acciones, o la falta de ellas, pueden herir a quienes tenemos cerca. No valorar a alguien en lo que hace, o simplemente no demostrarlo, puede hacer que se sienta apartado e insignificante.
En nuestra vida, esto nos enseña dos cosas:
- primero, a valorar nuestros dones y a buscar aquellos lugares y personas que realmente nos aprecien.
- Y segundo, nos invita a ser sinceros y atentos en nuestro trato con los demás, demostrando con nuestras decisiones y acciones el respeto y el valor que les damos. Porque las palabras, sin acciones, quedan vacías, y en esa falta de aprecio, puede haber más daño del que imaginamos.
La verdadera importancia de nuestras palabras solo se confirma a través de nuestras acciones. El respeto y el valor que damos a los demás debe expresarse en lo que hacemos, no solo en lo que decimos, y debemos recordar que el reconocimiento genuino fortalece tanto a quienes lo reciben como quienes lo damos.
@pasbiopal
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