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Mostrando entradas de octubre, 2025

No escondas tu corazón: nació para amar

  En el camino de la fe, a veces el corazón llega cansado. Hay almas que han amado mucho y han sido poco entendidas. Miradas que lo han entregado todo y han encontrado silencio. Y, aun así, en medio de ese cansancio, sigue viva una verdad que no se apaga: fuimos creados para amar, no para escondernos. Lo que hoy compartimos nace de ahí, de lo cotidiano, de ese Evangelio que se encarna en gestos sencillos y sostiene cuando faltan las palabras, pero no el amor. Estas líneas son para quienes sienten que caminan solos, para quienes aman con profundidad y a veces se preguntan si merece la pena seguir así. Para quienes han pensado en cerrar el corazón por miedo, pero todavía lo sienten latiendo. No te encierres por temor a no ser comprendido. Deja que tu corazón llegue donde alguien sepa acogerlo. No se trata de que todos lo entiendan, sino de que alguien lo valore. De que alguien sepa cuidarlo. Hay momentos en los que uno se cansa de explicarse, de justificar lo que siente, de def...

Lo que duele no es la palabra sino la mirada

  Hay palabras que no duelen por su literalidad, sino porque encierran miradas que reducen. Y al recordarlas, ya no son algo difuso que remueve por dentro, sino una conciencia clara de que esas miradas hacen daño. Al nombrarlas, el alma las reconoce… y sangra un poco. Es el precio de la lucidez: ver con claridad lo que ya no encaja, lo que antes se justificaba y ahora se sabe que toca injustamente. Duele, no por querer enfrentamientos, sino porque hay que poner límites donde antes se quiso cuidar, acompañar, entender. Duele la distancia emocional, duele la descompensación, duele ver que, por más que se midan las palabras, el otro sigue mirando con dureza. Cada vez que se recibe una palabra así, el corazón la siente con toda su densidad, no solo por lo que se escucha, sino por lo que significa en la historia compartida. @pasbiopal

Arrodillarse tiene sentido desde la libertad

  Se repite con frecuencia que el camino de la humildad pasa por la humillación, pero cuanto más lo escucho, más me doy cuenta de que algo en esa frase chirría; porque ni la experiencia humana ni el corazón del Evangelio parecen sostener algo así. Aunque humildad y humillación compartan una misma raíz — humus , tierra—, no brotan del mismo lugar ni producen el mismo fruto. La humildad nace desde dentro. Es fruto de un largo trabajo interior, de una mirada que se ha vuelto verdadera, de una presencia que ya no necesita inflarse ni esconderse. Es un estado en el que uno ya no lucha por aparentar lo que no es, ni se avergüenza de sus límites, ni necesita ocupar el centro para sentirse valioso. Humildad es habitar la propia medida, con paz. Saber que no se es más que nadie, pero tampoco menos. No hace daño, no aplasta, no impone. Es una forma de estar que aligera el alma. La humillación, en cambio, entra desde fuera. Llega como gesto que rebaja, palabra que silencia, mirada que r...