Hay palabras
que no duelen por su literalidad,
sino porque encierran miradas que reducen.
Y al recordarlas,
ya no son algo difuso que remueve por dentro,
sino una conciencia clara
de que esas miradas hacen daño.
Al
nombrarlas, el alma las reconoce…
y sangra un poco.
Es el precio de la lucidez:
ver con claridad lo que ya no encaja,
lo que antes se justificaba
y ahora se sabe que toca injustamente.
Duele, no
por querer enfrentamientos,
sino porque hay que poner límites
donde antes se quiso cuidar, acompañar, entender.
Duele la distancia emocional, duele la descompensación,
duele ver que, por más que se midan las palabras,
el otro sigue mirando con dureza.
Cada vez que
se recibe una palabra así,
el corazón la siente con toda su densidad,
no solo por lo que se escucha,
sino por lo que significa
en la historia compartida.
@pasbiopal
Comentarios
Publicar un comentario