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Habitar la herida sin dejar de amar



Hay momentos en los que el alma ha sido herida, y levantar barreras parecería la opción más sencilla. Tomar distancia, argumentar desde la razón, esconder lo vulnerable bajo una apariencia de firmeza. Sin embargo, hay quien, aun herido, escoge un camino distinto. Desea responder desde la fidelidad a Dios, sin negar lo que duele, pero sin dejar que ese dolor determine su forma de amar. Esa elección no protege ni adormece. No grita, pero tampoco silencia lo injusto. No señala con dureza, pero tampoco borra las huellas del daño.

Amar desde ahí no es un ejercicio sentimental, es una forma de verdad. Una manera de permanecer sin traicionarse, de decir lo necesario sin aplastar, de ofrecer cuidado sin disfrazar el conflicto. No se trata de fingir calma ni de negar lo que se sufre, sino de dejar que el amor se convierta en raíz y no en respuesta. Solo desde ese lugar profundo, donde Dios permanece, puede sostenerse una fidelidad así.

Jesús caminó por esa senda en su Pasión. No escondió la humillación. Sabía lo que pensaban de Él, lo que le negaban, lo que no comprendían. Y, sin embargo, no reaccionó desde la herida del ego. Respondió con una firmeza llena de compasión. No se dejó manipular, tampoco evitó lo que dolía, pero no buscó refugio en la dureza. Escogió un amor transparente, sin disfraces, sin atajos, capaz de quedarse.

Ese amor no es cómodo. No recompensa con aplausos. No ofrece consuelo inmediato. A veces sangra. Pero es justo ahí, cuando la verdad y la misericordia se rozan, donde empieza a nacer una paz distinta. Una libertad que no depende del otro. Una quietud que no se negocia con las circunstancias. Algo nuevo se insinúa desde dentro, cuando se elige amar así, con los pies en la tierra y la mirada fiel.

En ocasiones no hace falta hablar. En otras, sí. Lo esencial no es tanto lo que se dice, sino el lugar interior desde el que se dice. Porque cuando las palabras brotan de un amor que no se contradice con la verdad, que acoge sin justificar, que no se anula ni anula al otro, entonces lo que se entrega es vida. Una vida que quizá no dé fruto visible enseguida, pero que será fecunda. Incluso si solo Dios la ve. 

@pasbiopal


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