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Resonancias: Cuando el fruto aún no se ve, pero el Espíritu ya está


Enseñar

Se dice que el Espíritu enseña todo, y es cierto: enseña con silencios, con intuiciones, con ese olfato interior que ayuda a discernir lo que alimenta y lo que no. Pero también se aprende con palabras, con contenidos, con aquellos saberes que, lejos de estorbar, afinan la sensibilidad. Hay quienes descubren a Dios en un gesto sencillo, y hay quienes necesitan primero ponerle nombre a las cosas para reconocer su sabor. A veces, para saber si algo huele a Evangelio, antes hay que haber olido muchas cosas. Y eso también se enseña. Porque el corazón, cuando se forma bien, no está reñido con la inteligencia; se afinan mutuamente.

Recordar

Se dice que el Espíritu recuerda lo bello, no lo que hiere. Y ojalá fuera siempre así. Pero a veces el recuerdo llega mezclado, y en él laten tanto la belleza como la ausencia. Hay recuerdos que curan y otros que reclaman. Y está bien: no todo lo que duele es ajeno a Dios. A veces el mismo Espíritu empuja a volver al corazón para tocar lo que no fue, lo que se calló, lo que se echó de menos. No para juzgar, sino para sanar desde dentro. Porque hay silencios que también quieren ser recordados, y fidelidades que merecen volver a pasar por el corazón, aunque no fueran vistas en su momento.

Mostrar cómo

Se dice que el Espíritu muestra el cómo, que susurra caminos con suavidad. Es verdad. Pero a veces, en ese cómo, hay quien se habría sentido sostenido si alguien hubiera estado ahí. No con soluciones, sino con presencia. Hay maneras de enseñar a caminar que no se explican, solo se encarnan: estar cuando aún no se ve el fruto, acompañar sin saber muy bien qué decir, confiar incluso cuando todo parece raíz bajo tierra. Eso también es el cómo del Espíritu, pero encarnado. Porque hay caminos interiores que se recorren mejor cuando alguien camina al lado, aunque sea en silencio. 

Y en comunidad

Después de aprender a discernir, y de recordar lo que sostiene el alma, también se descubre que no se camina solo. No porque todo sea ideal, sino porque en algún momento se intuye que, aun sin comunidades ideales, sí hay espacios donde se puede permanecer en verdad. Donde no hace falta fingir plenitud para ser acogido. Y si no se encuentran fácilmente, se pueden buscar, se pueden construir: no con retórica espiritual, sino con presencia, ternura y verdad. Ahí también se mueve el Espíritu.


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