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Dios y el sufrimiento

La vida del hombre está sujeta al sufrimiento y al dolor. La enfermedad y la muerte acompañan al hombre, en su realidad débil, sin necesidad de recurrir a Dios como causa directa del mismo o hacerlo fruto de su voluntad sobre el individuo concreto.

La Plenitud se da sólo en la realidad divina como increada y como sumo Bien y Bondad, por lo que el hombre como ser creado es necesariamente inferior, lo que le confiere su categoría de débil y expuesto a las realidades hirientes.

Frente a la idea retributiva del sufrimiento como consecuencia del propio pecado, la misma Palabra de Dios en el libro de Job deja en suspenso esta idea al presentarnos el sufrimiento del justo y su experiencia profunda del amor y de la grandeza de Dios. No hay relación directa y permanente, entre el pecado de cada persona y el propio sufrimiento.

La relación sana con Dios especialmente en el sufrimiento, requiere una purificación constante. Pues fácilmente proyectamos en Él nuestros temores, deseos, pensamientos, y no nos relacionamos con Él tal cual es. Al final de la noche oscura del sufrimiento experimentamos, como Job, el misterio vivo de Dios, fuerte en la debilidad, presente en la ausencia, elocuente en medio del silencio. En el corazón del sufrimiento nos espera siempre el amor de Dios. Un Dios que sufre con nosotros para que nosotros aprendamos a amar con Él y como Él.

La apertura a Dios, cambia la dimensión experiencial de la persona que sufre, y hace al mismo tiempo vislumbrar un sentido al sufrimiento y una vivencia pacífica y serena del mismo.

En Jesucristo se descubren los rasgos y los gestos concretos de la cercanía de Dios respecto de las personas que experimentan el sufrimiento y el dolor. Sus palabras y curaciones son expresión directa de la voluntad de Dios de que las situaciones de sufrimiento y de dolor no sean definitivas, sino abiertas a la plenitud ya desde aquí y ahora.

El sufrimiento vivido por el Verbo encarnado, es el lugar de amor incondicional de Dios al hombre. El dolor vivido en unión con aquel que desde un patíbulo demostró el amor del Padre, que está presente aún en el silencio más doloroso, es elevado a la categoría de salvífico.

La Resurrección de Jesús es el inicio y el anticipo para nosotros de la afirmación última y definitiva sobre el sentido de la vida humana, aún de la vivida en dolor y aparente sin sentido. Dios tiene la Palabra definitiva en su Hijo ajusticiado: Yo soy la Resurrección y la vida... sólo Él da sentido a todo.


Norka C. Risso Espinoza

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