El Hno. Gabriel García comparte con nosotros su reflexión sobre el milagro de la humildad en San Juan de Dios:
El
milagro de la humildad es convertir nuestro corazón.
La
humildad es la virtud que consiste en conocer las propias limitaciones y
debilidades y en consecuencia actuar de acuerdo a tal conocimiento.
La
humildad, también, es una cualidad que implica el desapego a lo material y la
ayuda al prójimo. San Juan de Dios es ejemplar en esto, despegándose de todo,
incluso de su vestido, si ve a otra persona que lo necesita, lo da todo,
incluso su vida. Por esta razón, es una de las cualidades más valiosas que
puede tener una persona, y una virtud muy importante a la hora de vivir en
sociedad.
La
persona humilde es capaz de demostrar modestia y deja de lado el yo para
preocuparse por los demás. Una persona humilde no es egoísta ni egocéntrica, no
se centra en su propia persona y sus logros, ni busca destacarse ante los demás.
De esta manera San Juan de Dios y su comportamiento es objetivo y no se deja
llevar por lo subjetivo.
Quien
es humilde conoce y reconoce sus propias limitaciones y debilidades. Es capaz
de quitarle importancia a los logros personales y de reconocer sus defectos y
errores.
La
humildad, que difícil de encontrarla en
la actualidad, en una sociedad que rebosa de egoísmo, donde las personas vivimos
preocupadas por lo material; por ir a
la moda, aparentar lo que no se es, por demostrar que yo sé más que tú, etc...
y en definitiva, preocupadas por el éxito, por el dinero y el poder.
Ante
esta situación está el reto del cristiano, y así lo hizo San juan de Dios; que es
ir contra corriente, y ser contra culturales en esta materia, para seguir y
vivir al que es, él es el Camino, la
Verdad y la Vida, que es Manso y Humilde de Corazón.
Jesús, (nuestro Maestro) no busca el consuelo,
ni ser importante, sino servir y amar, es obediente hasta la muerte. “Padre,
que no se haga mi voluntad, sino la Tuya”.
San
Juan de Dios, como todos los cristianos tenemos este modelo de humildad a
seguir: Este Jesús, el cual lo consideramos como el rey de los humildes, y
quienes seguimos su doctrina, su modo de vida y su actuar, debemos ser fieles a
esta concepción. Tanto la dedicación al otro como el amor al prójimo deben ser
nuestros pilares. Para San Juan de Dios esto fue el amor de su vida, hasta
desvencijarse.
Importante: hay más santidad en la humildad y en la
obediencia, que en todos los milagros juntos, por muy maravillosos y
extraordinarios que sean.
Así entendió San Juan de Dios en aquel día de
su conversión, que la humildad es
como esa semilla pequeña, llena de vida, sencilla y humilde que germina en el corazón. Y así
es (lo dice Jesús) el Reino de Dios y que para entrar en él es necesario
ser pobres en el espíritu y en el corazón: no vanagloriarse en las propias capacidades,
sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos
del mundo, sino preciosos ante los ojos
de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes, porque “quien se
ensalza, será humillado y quien se humilla será ensalzado”.
De
ahí, que a mayor amistad con Dios, más se consigue la humildad. ¿Cómo discernir
la presencia de Dios en nuestra vida?
Pues mirad: sólo es santo el que es humilde. Porque ni entrará
la humildad en el infierno, ni entrara la soberbia en el cielo.
Por
tanto, dice San Juan de Dios: “Si considerásemos cuán grande es la Misericordia
de Dios para con nosotros, nunca dejaríamos de hacer el bien”.
El
progreso en la vida espiritual no consiste tanto en tener la gracia de la
consolación cuanto en vivir su privación con paciencia, humildad y mansedumbre…Porque
no siempre la persona puede hacer lo que quiere. Es privilegio o gracia de Dios,
dar y consolar cuando Él quiera, a quien Él quiera, y como a Él le guste y no
más…
San Juan de Dios comprendió muy bien que es mejor
entender poco y saber poco, que ser pozo de sabiduría y ciencia con soberbia…
Porque el mérito de la persona no debe
estimarse por el número de visiones o consolaciones que tiene, ni por su
conocimiento de la Sagrada Escritura, ni porque reza mucho, ni por los altos
puestos que ocupa, ni por recordar constantemente lo que hizo o fue; sino por
lo profundo de su humildad y lo ardiente de su caridad, por su continua
intención de buscar pura y únicamente la gloria de Dios, por la entereza y
sincera desestimación y desprecio de sí mismo, y alegrándose cuando otros le
humillan y desprecian, más que cuando lo honran o lo alaban. (Que
difícil, pero que hermoso)
Dice
el libro del Eclesiástico: “Se paciente en la adversidad y en la humillación,
porque en el fuego se prueba y aquilata el oro, y los que agradan a Dios los
prueba en el horno de la humillación”.
San
Juan de Dios fue tan humilde, que siempre era amigo de decir y
contar sus faltas y defectos, nunca de sus cosas buenas, no hablaba de sus
cualidades, (y mira que podría haber contado cantidad de batallitas y acontecimientos
de su vida anterior), pues no, cuando hablaba con la gente, conducía el tema y lo
encaminaba a su menosprecio y humillación, como resultado en edificar al
prójimo, siempre huyendo de toda vanagloria, como polilla ponzoñosa que corroe
a la vida espiritual.
En
nuestros días, parece que no está bien visto el vivir y actuar así, no tenemos
confianza en Dios, no está de moda. Las corrientes sociales y forma de vida van
por otros derroteros, lejos de pensar y actuar según lo que nos enseña Jesús y,
en nuestro caso, S. Juan de Dios.
Pero, ¿Quién confió en el Señor y quedó
defraudado? (Ecle.) Nadie.
Por
eso la humildad es la base y fundamento
de todas las virtudes, y sin ella no hay ninguna que lo sea. Esto quiere decir
que, la humildad es la fuente y base de todas las virtudes, quien es humilde es
virtuoso y capaz de generar las demás virtudes. La humildad se opone a la
soberbia, ya que quien es humilde no es
pretencioso, interesado ni egoísta, pero
si lo es el que practica la soberbia. Un soberbio hace las cosas por
conveniencia, un humilde las hace por amor al otro.
El
milagro de la humildad en San Juan de Dios.
Su
milagro no fue, simplemente, por sus muchos trabajos y desvelos por
los pobres y enfermos, no, ni por su amabilidad e ingeniosa forma de pedir
limosna, ni por sus privaciones y sacrificios en pro de los demás, ni por las
calumnias que recibía y aceptaba con humildad, ni por no defenderse cuando lo
acusan de embaucador, etc…
Todo esto lo pueden hacer y lo hacen
muchas personas, por humanismo, por interés personal, aun no creyendo en Dios.
El
gran milagro de San Juan de Dios, es por su gran amor a Dios, es por su humildad, y encima le pide a Dios que le dé humildad, paciencia y caridad con sus
prójimos. Su milagro es, por su desprecio de sí mismo y amar a solo Jesucristo,
es por su entrega de todo a los
demás, es por su obediencia probada en muchísimas ocasiones; le piden en nombre de Dios que se revuelque en
el barro y lo hace, que trompique (tropiece) y lo hace, en nombre de Dios
entrega toda la limosna a un rico que lo
quería engañar, y por su obediencia a la Madre Iglesia, (“Creo todo como lo tiene y cree la Santa Madre
Iglesia, así lo tengo yo y creo verdaderamente; de aquí no salgo, echo mi sello
y cierro con mi llave”), y sobre todo, su gran milagro es por
hacer siempre la voluntad de Dios.
Este
es su gran milagro. Todo lo que hace es, por y en el nombre de Nuestro Señor
Jesucristo. Todas sus preocupaciones, sus desvelos, las adversidades, sus
deudas, su trabajo, todo, lo hace solo por Nuestro Señor Jesucristo.
“Aquí estoy empeñado y preocupado por solo
Jesucristo y confío en El que me sacara de todas las deudas y apuros, pues El conoce mi corazón”. No salió una mala palabra o queja de su boca.
¡Dichoso
eres Juan, porque pusiste toda tu confianza en el Señor!
Ahora
puedes presumir, como S. Pablo, de tus debilidades y privaciones porque así
reside en ti la fuerza de Cristo, comprendiendo que siendo débil se consigue la fuerza.
Juan
de Dios, desde tu humildad eres: Juan de los pobres, de los que son golpeados
en la vida, de los que no tienen rostro
ni apellidos, hombre que supo amar hasta las últimas consecuencias, eres
imitador fiel del Cristo compasivo y misericordioso del Evangelio. Eres santo, porque hiciste de tu corazón “casa
de misericordia”.
Y
así los Santos y Beatos de nuestra querida Orden, hicieron lo mismo.
Para
concluir, debemos saber y recordar que la humildad, esa virtud que se aprende y
se practica en familia y también en una Comunidad…ufff… en las que descubrimos
el orgullo que sigue viviendo en mí y en cada uno de nosotros…ven con tu
presencia Señor, entra en nosotros para darnos ánimo y esperanza al celebrar la
Fiesta de San Juan de Dios…y que puedas, Señor, hacer Pascua con todos nosotros!
Y
haciéndome eco del slogan del Capitulo General: “construyamos la hospitalidad”, sabiendo que tenemos unos buenos cimientos
donde apoyarnos y seguir edificando el carisma de la hospitalidad y la
misericordia, atendiendo con cariño y
dignidad a nuestros enfermos y
necesitados. Pues ninguno de nosotros es tan bueno en solitario, como cuando
estamos todos juntos, la unión hace la fuerza, somos una familia hospitalaria
fenomenal.
Así
que ¡Ánimo! y consigamos, con la gracia de Dios, el milagro de la humildad!,
que es convertir nuestro corazón.
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