El Evangelio de
hoy (Lucas 19, 41-44) nos presenta a Jesús llorando sobre Jerusalén, una ciudad
que, llamada a ser casa de paz, se ha dejado cegar y camina hacia la
destrucción. Este pasaje resuena en nuestra vida cotidiana, porque, como
Jerusalén, muchas veces experimentamos dolor al ver el sufrimiento, las
injusticias o nuestras propias limitaciones; muchas veces nos perdemos en
nuestras preocupaciones y no reconocemos al Señor que camina a nuestro lado.
Sin embargo, Jesús nos enseña que no podemos quedarnos solo en las
lágrimas; debemos reconocer su presencia y actuar desde la esperanza.
Jesús
nos llama a abrir los ojos del corazón.
Reconocer a Dios
no es solo saber que está ahí; es sentirlo en lo profundo, percibirlo en los
detalles del día a día: en una sonrisa, en el aire fresco, en un gesto de
cariño. Jesús está presente incluso en medio de nuestras tormentas, pero su
presencia puede pasar desapercibida si nuestra mirada se queda en las sombras.
Abrir los ojos del corazón significa aprender a ver más allá de las
preocupaciones y confiar en que Él está siempre con nosotros.
Llorar
desde el corazón nos impulsa a la acción.
Como Jesús,
nosotros también lloramos ante la violencia, el sufrimiento o las heridas del
mundo, de nuestra Iglesia y de nuestra vida. Es natural sentir tristeza, pero
no podemos quedarnos ahí. Cada lágrima puede convertirse en una semilla de
esperanza si la ofrecemos a Dios, dejándonos mover por su Espíritu para ser
instrumentos de paz y consuelo. Jesús señala que Jerusalén no sabe lo que
conduce a la paz porque no ha reconocido el tiempo de su visita. La verdadera
paz no se encuentra en la ausencia de problemas, sino en la certeza de que Dios
está con nosotros. Cada dificultad puede ser una oportunidad para preguntarnos:
"Señor, ¿qué me enseñas con esto?", "¿A dónde me llevas?",
"¿Qué dones me ofreces aquí?". De esta forma, la paz se convierte en
un regalo que nos sostiene.
Dios nos
invita a construir sobre las ruinas.
El dolor y la
destrucción no tienen la última palabra. Dios levanta lo que está en ruinas y
nos invita a ser sus colaboradores en esta obra, a ser constructores de
esperanza. Hoy, acepta este desafío: identifica un momento en el que no has
sabido reconocer su visita, algo que te duela profundamente, y ofrécelo al
Señor, y busca una manera concreta de llevar esperanza a esa realidad. No te
detengas en las lágrimas; confía en que con Jesús siempre se puede reconstruir,
pídele que te enseñe a verle en lo cotidiano. Deja que su luz te ilumine, y vive
con alegría, sabiendo que Él siempre transforma.
Llora, sí, pero
también levántate. Jesús te acompaña, te fortalece y te llama a transformar. Reconócele
y vive con paz y confianza.
@pasbiopal
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