La Fiesta de
la Sagrada Familia también es un momento para agradecer que en el corazón de
cada parroquia late la vida de una gran familia espiritual,
formada por personas diversas, pero unidas por un mismo amor: el amor a Dios y
a los hermanos. Todos estos años vividos y compartidos en una parroquia nos
ayudan a descubrir que la comunidad parroquial es un lugar de encuentro, acogida y
crecimiento, donde todos somos invitados a vivir la fraternidad
en Cristo, reconociéndonos como hijos de un mismo Padre.
Jesús nos
enseñó que la
familia va más allá de los lazos de sangre: “Porque todo
el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano,
mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50). En la comunidad parroquial
encontramos hermanos y hermanas que comparten nuestra fe y caminan con nosotros
en la búsqueda de Dios. Aquí, en este espacio sagrado, aprendemos a
servir, a compartir nuestras alegrías y a sostenernos en los momentos
difíciles.
Como toda familia,
nuestra comunidad no es perfecta. Hay momentos de desacuerdo, incomprensiones o
incluso heridas. Pero, como en cualquier hogar, el amor y la gracia de Dios nos
impulsan a superar las diferencias, a tender puentes y a construir juntos un
lugar donde todos puedan sentirse acogidos y valorados. “Sobre todo,
revístanse de amor, que es el vínculo perfecto” (Col 3, 14). La riqueza de
la comunidad está precisamente en su diversidad, porque en ella
cada uno tiene un papel único e indispensable que contribuir: “Hay
diversidad de dones, pero un mismo Espíritu” (1 Cor 12, 4).
En la
parroquia vivimos experiencias que nos marcan profundamente: celebramos
los sacramentos, nos acompañamos en los momentos de alegría y de dolor,
crecemos en la fe y nos formamos como discípulos misioneros. Es
un lugar donde nuestra vida cotidiana se encuentra con la presencia viva de Dios,
donde los momentos más simples y también los más significativos cobran un
sentido profundo al ser iluminados por la fe. En la comunidad parroquial, el trabajo,
las preocupaciones, las alegrías y los retos se convierten en ocasiones para
experimentar el amor de Dios que nos acompaña en cada paso. Es
ahí donde descubrimos que nuestras vidas no están aisladas, sino que forman
parte de un plan más grande, lleno de esperanza y sentido: “Sabemos que
Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Rm
8, 28).
La Sagrada
Familia de Nazaret es el modelo perfecto para nuestras comunidades
parroquiales. En ella vemos una familia unida por el amor y la confianza en
Dios, dispuesta a enfrentar cualquier dificultad con fe y esperanza. De la
misma manera, nuestra comunidad parroquial está llamada a ser un reflejo de ese
amor incondicional, donde cada miembro se sienta valorado y amado tal como es.
Hoy es un
buen momento para dar gracias por nuestra comunidad parroquial, por cada persona que
forma parte de ella: desde los que sirven generosamente, sin
protagonismos, en los diferentes ministerios hasta quienes, con su
presencia silenciosa, enriquecen la vida de la comunidad. Pidamos al
Señor que nos dé un corazón abierto, dispuesto a acoger y a construir juntos un
espacio de fe, esperanza y caridad.
Que la Sagrada Familia inspire a nuestras parroquias para ser verdaderos hogares de encuentro, donde se viva la alegría del Evangelio y donde cada uno encuentre un lugar para crecer en la fe y el amor. Porque, al final, ser comunidad parroquial es vivir como una auténtica familia: acompañándonos, apoyándonos y recordando que, juntos, somos el rostro vivo de Cristo en el mundo.
@pasbiopal
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