Hay un tipo de cansancio que no se ve a simple vista. No es el agotamiento del cuerpo después de un día largo ni el peso del sueño acumulado tras noches inquietas. Es otra fatiga, más sutil, más honda. Un peso que se aloja en el alma y se va quedando ahí, despacio, en quienes dan sin medida, en quienes sostienen sin pedir nada a cambio, en quienes son refugio… pero a veces sienten que no tienen dónde recostarse.
Ser bueno no es una carga. Pero hay momentos en los que el
corazón se fatiga. No porque la bondad agote, sino porque duele cuando los demás
la dan por sentada. Porque desgasta ser siempre quien está disponible, quien
escucha, quien entiende, quien acompaña. Es un desgaste silencioso que no se
nota, pero que se siente: cuando nadie pregunta cómo está quien siempre está
ahí, cuando la fuerza se confunde con invulnerabilidad, cuando la sonrisa y la
disposición ocultan un cansancio que pocos ven.
Y un día, sin previo aviso, te sorprendes suspirando más
hondo, buscando un instante de silencio en medio del ruido, sintiendo una
punzada de agotamiento en el alma. ¿Te ha pasado?
1. El
cansancio no significa que estés fallando
Si alguna vez has
sentido que la generosidad te pesa, no lo veas como un fracaso. No significa
que te falte amor, fe o fortaleza. Significa que eres humano.
Incluso Jesús, modelo
de entrega, buscó momentos de retiro, sintió tristeza, pidió consuelo. En
Getsemaní, su corazón se estremeció de angustia y pidió compañía, y sin embargo
sus amigos se durmieron. No porque no lo amaran, sino porque no entendían el
peso de su dolor. Jesús se sintió solo, pero no por ello dejó de amar.
Sentir cansancio en la
entrega no es señal de que estés fallando, sino de que tu corazón sigue
latiendo, sigue amando. Aun así, necesitas aprender a sostenerte para no
agotarte.
Este tipo de cansancio
emocional no es visible ni fácilmente reconocido. Se relaciona con la fatiga por compasión, que afecta a
quienes brindan apoyo constante, como cuidadores, profesionales de la salud y
acompañantes espirituales. No es falta de amor ni de fe, sino un desgaste
natural cuando el dar es constante y la reciprocidad escasa.
2. No todo el
mundo sabe acoger la vulnerabilidad
Ser fuerte para los
demás tiene un precio: a veces, cuando necesitas apoyo, te encuentras solo. No
porque los demás no te quieran, sino porque no saben cómo responder a tu
fragilidad.
Cuando una persona
fuerte se permite ser vulnerable, el mundo a su alrededor no siempre sabe qué
hacer. A veces, en lugar de acogida, lo que recibe es incomodidad. Un cambio de
tema. Una broma nerviosa. Un intento de minimizar lo que siente. No porque los
otros sean insensibles, sino porque no saben qué hacer con la debilidad de
alguien a quien ven como un pilar.
Por eso, es importante
elegir bien a quién mostrar el alma. No todo el mundo está
preparado para sostenernos en nuestra fragilidad, aunque siempre hay alguien
que sí. Busca esas personas, esos espacios donde puedas ser visto sin miedo.
Las personas que
sostienen a los demás muchas veces no reciben el mismo nivel de apoyo, porque
los demás los perciben como autosuficientes. Esta experiencia puede generar
sentimientos de soledad y frustración. Es lo que se conoce como el efecto de la fortaleza percibida: cuando
alguien siempre está disponible y fuerte, los demás asumen que no necesita
ayuda. Esto puede derivar en el "burnout del ayudador", donde la
persona siente que su entrega no es valorada y experimenta agotamiento,
desmotivación o incluso resentimiento.
3. No dejes
que el dolor cierre tu corazón
Cuando el cansancio y
la incomprensión duelen, la tentación es cerrarse. Pensar que es mejor dar
menos, esperar menos, protegerse más.
Pero endurecerse no es
la respuesta.
El verdadero peligro
no es el agotamiento, sino el “amargamiento”. Dejar que el cansancio se
convierta en resentimiento, en indiferencia, en desconfianza. Pensar que, si
nadie se da cuenta de cuánto pesa sostener a otros, tal vez lo mejor sea dejar
de sostener.
No. Esa no es la
salida.
Jesús, incluso en la
cruz, con el dolor del abandono, no dejó de amar. Y su amor no
dependía de la respuesta de los demás, sino de la certeza de que su entrega
tenía sentido. No dejes que el desánimo cierre tu corazón. Dios ve lo que otros
no ven, y su amor te sostiene.
Cuando alguien que
siempre es fuerte muestra fragilidad, los demás pueden reaccionar con
incomodidad o evasión. Esto se debe a que la
vulnerabilidad ajena despierta inseguridades en quienes no saben manejar las
emociones profundas. Reconocer esto ayuda a evitar frustraciones
innecesarias y a buscar espacios seguros para compartir nuestra fragilidad.
4. Encuentra
espacios de consuelo
Si sientes que la
generosidad te pesa, busca lugares donde tu alma pueda descansar. No se trata
de buscar una fuga ni de huir, sino de encontrar un espacio donde puedas
respirar hondo, soltar el peso y reencontrarte contigo mismo.
A veces, ese espacio será
un amigo con quien puedas hablar sin miedo. Otras veces, será un momento de
oración en el que puedas abrir tu corazón ante Dios y decirle, sin filtros: “Así
me siento, Señor”. Otras veces será el silencio, la música, un paseo sin
prisa, un instante de calma en medio del ajetreo.
Jesús buscaba el
consuelo del Padre, y también el de sus discípulos. Aunque a veces no le
entendieron, aunque muchas veces fallaron, Él no dejó de buscar el amor y la
compañía de quienes tenía cerca. No te aísles. Hay manos que pueden sostenerte,
aunque no siempre sean las que esperas.
Cuando el cansancio y
la incomprensión se acumulan, surge la tentación de cerrarse o reducir la
entrega. Esta es una reacción natural ante el dolor, aunque a largo plazo puede
generar desconexión emocional y pérdida del sentido de la entrega. La verdadera
fortaleza está en aprender a sostener la
bondad sin que el desgaste la destruya.
5. No te
canses de ser bueno, más bien aprende a cuidar tu bondad
Ser bueno no es un
error, ni una debilidad; no obstante, la bondad necesita ser cuidada,
alimentada, protegida. No puedes dar sin medida si no permites también que
otros te den. No estás en esta vida para salvar a todos, sino para amar con verdad, y eso también
implica saber cuándo necesitas parar, descansar y recibir.
La bondad no debe
ejercerse a costa de la propia salud emocional. Por eso, es clave reconocer la
necesidad de descanso para poder seguir dando sin perderse en el proceso. Jesús
mismo buscó momentos de retiro para restaurar su energía.
6. Bondad
consciente y equilibrio emocional
No hay que dejar de ser bueno, sino aprender a cuidar la bondad para que no se desgaste. Esto implica:
- Reconocer la fatiga emocional sin culparse por
ello.
- Buscar relaciones donde la vulnerabilidad sea
acogida.
- Evitar el resentimiento o el endurecimiento
emocional.
- Practicar el autocuidado y el descanso como parte
del proceso de entrega.
- Aceptar que no se puede sostener a todos sin
descuidarse a uno mismo.
Esta mirada realista,
compasiva y esperanzadora nos recuerda que la bondad necesita ser protegida
para que su luz no se apague. Porque sí, el mundo necesita corazones
generosos. Y esos corazones también necesitan ser cuidados, abrazados y
sostenidos... para que sigan latiendo con fuerza.
@pasbiopal
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