Pero la verdadera fraternidad no se construye solo desde quien guía, sino desde quien es capaz de compartir. Como decía Henri Nouwen, “nadie puede realmente servir sin dejarse servir, porque el amor solo es real cuando es mutuo”. La vida nos invita a habitar todas las posiciones del camino: a veces nos toca ir delante, otras veces caminar al lado, y en muchos momentos, aprender a ser empujados con amor cuando nos faltan fuerzas.
El equilibrio entre el dar y el recibir
Esta actitud puede reflejar un estilo de liderazgo protector, que encuentra sentido en la capacidad de cuidar. Pero si no se equilibra, puede generar una carga invisible: la sensación de que uno solo vale si es útil, de que mostrar debilidad es perder autoridad. En el fondo, el miedo a depender del otro puede estar ligado a una herida más profunda: la dificultad de confiar plenamente en que el amor no depende del rol que ocupamos, sino de quienes somos.
Aceptar ayuda no nos hace menos capaces, sino más humanos. Nos abre a la experiencia de la interdependencia, donde aprendemos que nuestra fuerza no está en la autosuficiencia, sino en la capacidad de compartir la vida con otros, sin reservas ni miedos.
El modelo de Jesús
Jesús mismo vivió esta dinámica. No solo fue quien enseñó, sanó y sostuvo a los suyos, sino que también se dejó cuidar. Permitió que María le ungiera los pies (Jn 12,3), recibió la ayuda de Simón de Cirene para cargar la cruz (Lc 23,26), buscó la compañía de sus amigos en Getsemaní (Mt 26,38). En cada uno de estos momentos, mostró que el amor no consiste solo en dar, sino también en dejarse amar.
La lógica del Evangelio no es la del poder, sino la de la comunión. Como dice San Pablo: “sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gal 6,2). No estamos llamados a salvar a los demás desde arriba, sino a caminar con ellos, hombro con hombro, aprendiendo juntos a dar y recibir.
Solo cuando aceptamos que también necesitamos ser sostenidos, aprendemos el verdadero significado de la fraternidad. En esa entrega mutua descubrimos que el amor más grande no es el de quien siempre guía, sino el de quien sabe encontrar fuerza en la humildad de dejarse ayudar.
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