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Caminar juntos: el arte de guiar, compartir y dejarse sostener


Hay quienes llevan en el alma la vocación de guiar. Tienen la capacidad de tomar la delantera, de iluminar el camino cuando otros tropiezan, de ofrecer una referencia clara cuando alguien necesita ser sostenido. Su presencia es fuerte, protectora, casi paternal. Son refugio en la tormenta, brújula en la incertidumbre, y en ese papel se sienten plenos, útiles, fieles a lo que son. Sin embargo, cuando la vida les pide algo distinto—cuando el camino no exige tirar, sino caminar al lado, cuando la ayuda ya no es solo dar sino también recibir—entonces sienten un desafío más profundo. No porque les falte generosidad, sino porque en su interior está arraigada la certeza de que su misión es sostener, y no siempre saben cómo vivir la vulnerabilidad de ser sostenidos. Les cuesta soltar la necesidad de controlar, de ser quienes resuelven, porque en el fondo, aceptar ayuda puede hacerles sentir débiles o innecesarios.

Pero la verdadera fraternidad no se construye solo desde quien guía, sino desde quien es capaz de compartir. Como decía Henri Nouwen, “nadie puede realmente servir sin dejarse servir, porque el amor solo es real cuando es mutuo”. La vida nos invita a habitar todas las posiciones del camino: a veces nos toca ir delante, otras veces caminar al lado, y en muchos momentos, aprender a ser empujados con amor cuando nos faltan fuerzas.

El equilibrio entre el dar y el recibir

Esta actitud puede reflejar un estilo de liderazgo protector, que encuentra sentido en la capacidad de cuidar. Pero si no se equilibra, puede generar una carga invisible: la sensación de que uno solo vale si es útil, de que mostrar debilidad es perder autoridad. En el fondo, el miedo a depender del otro puede estar ligado a una herida más profunda: la dificultad de confiar plenamente en que el amor no depende del rol que ocupamos, sino de quienes somos. 

Aceptar ayuda no nos hace menos capaces, sino más humanos. Nos abre a la experiencia de la interdependencia, donde aprendemos que nuestra fuerza no está en la autosuficiencia, sino en la capacidad de compartir la vida con otros, sin reservas ni miedos.

El modelo de Jesús

Jesús mismo vivió esta dinámica. No solo fue quien enseñó, sanó y sostuvo a los suyos, sino que también se dejó cuidar. Permitió que María le ungiera los pies (Jn 12,3), recibió la ayuda de Simón de Cirene para cargar la cruz (Lc 23,26), buscó la compañía de sus amigos en Getsemaní (Mt 26,38). En cada uno de estos momentos, mostró que el amor no consiste solo en dar, sino también en dejarse amar.

La lógica del Evangelio no es la del poder, sino la de la comunión. Como dice San Pablo: “sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gal 6,2). No estamos llamados a salvar a los demás desde arriba, sino a caminar con ellos, hombro con hombro, aprendiendo juntos a dar y recibir.

Solo cuando aceptamos que también necesitamos ser sostenidos, aprendemos el verdadero significado de la fraternidad. En esa entrega mutua descubrimos que el amor más grande no es el de quien siempre guía, sino el de quien sabe encontrar fuerza en la humildad de dejarse ayudar.

@pasbiopal 

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