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Profetas y samaritanos

Me parece importante compartir esta homilia, son palabras cargadas de cariño, de dolor, de esperanza... que nos pueden iluminar en nuestra vida de servicio a nuestros hermanos



Profetas y Samaritanos

Con el Hno Manuel son cuatro los religiosos de nuestra Orden, junto con la Hna Chantal de las Hnas Misioneras de la Inmaculada y al menos treces Colaboradores de nuestros Hospitales, los miembros de nuestra Familia Hospitalaria de San Juan de Dios, que han fallecido recientemente en Liberia y Sierra Leona, contagiados por el virus ébola. Como todos pueden comprender el ébola nos está golpeando muy fuerte y ciertamente el dolor y la tristeza es grande en toda nuestra Familia, y en otras muchas personas e instituciones cercanas a nosotros, que desde el primer momento estáis a nuestro lado y que os lo agradecemos de corazón.
Todos ellos merecen nuestro reconocimiento y nuestro homenaje a quienes han llevado su vida y su fe hasta el extremo, hasta dar la vida. Todos ellos eran personas sencillas, desconocidas, pero tremendamente identifacadas con su vocación misionera. Ellos son continuadores de otros muchos Hermanos y Colaboradores que en otros tiempos dieron sus vidas en diferentes epidemias de la peste, el cólera y otras, cuando golpearon diversos países entre ellos España. Recuerdo solamente a San Juan Grande, que murió contagiado de la peste en Jerez de la Frontera en los primeros años del siglo XVII.
Hablando del Hno. Manuel, estoy seguro que se sonrojaría, y se estará sonrojando, al escuchar estos días todo lo que se está diciendo con él, por otra parte merecidamente. Los que le conocíamos sabemos que era una persona sencilla, amable, un poco tímida, alejada de protagonismos, ocupado y preocupado toda su vida por los enfermos y los pobres que debía atender, especialmente durante los últimos treinta años en África. ¡Cuántas horas de quirófano! ¡Cuántas visitas de todo tipo! ¡Cuántas llamadas a la noche!... Era su vida, siempre, también sábados, domingos, festivos y noches incluidas si era preciso y recibía la llamada. Siempre sin un mal gesto, al contrario para eso estaba, eso llenaba su vida.
Eso era su vida, junto con sus Hermanos en Comunidad, con los que se reunía cada día para la oración, la santa misa y algunos otros momentos para las comidas y encuentros, si no había urgencias que atender. Necesitaba poco para vivir, una pequeña radio y no mucho más. Una historia, como la de los demás, probablemente poco noticiable hasta que no ha ocurrido esta terrible epidemia, pero les aseguro, toda una vida vivida con pleno sentido, desde luego una vida alternativa al consumismo y al autoreferencialismo que hoy predomina en nuestra sociedad.
Por eso y junto al dolor y a la tristeza que vivimos queremos mirar a lo alto para poner toda nuestra fe y nuestra esperanza en el Buen Dios de la Vida, con la confianza plena de que estas vidas no han sido entregadas en vano, no se han perdido, sino que Él las hará fructificar, para bien de la Iglesia, de la Orden y de todos los hombres y mujeres del mundo, especialmente los que siguen padeciendo el ébola en los países de África Occidental.
Durante estos días me pregunto a veces. ¿Qué lectura podemos hacer de todo esto a la luz de la fe?
Seguro que las respuestas no las agotaremos ni llegaremos a comprenderlo en toda su amplitud. Creo que la vida de estos Hermanos es ante todo una llamada profética al mundo, a la Iglesia y a la Vida Consagrada, en primer lugar a correr con más determinación en auxilio de estos pueblos donde mueren cada día muchas personas como ellos. Pero en una lectura más amplia es una llamada al mundo a cambiar las formas y criterios de pensar y sobre todo de vivir. A superar los enfoques que miran solo a uno mismo, al bienestar propio, que se limita a ver todas estas terribles noticias con impotencia, pero también con poca sensibilidad. En definitiva a relativizar muchas cosas, a las que quizás les damos excesiva importancia.
Nos enseñan también a la Iglesia y a la Vida Religiosa, a nuestra Orden en primer lugar, pero también a todos los que quieran escuchar, que el proyecto de sus vidas, su vocación como religiosos no es un mero discurso, no son palabras, no es una teoría, sino que es un proyecto a pie de campo, a pie de cama, en el que se empeña incluso la vida, repito no solo con palabras, sino con hechos. Ellos profesaron su consagración en hospitalidad incluso con peligro de la propia vida, y ahí han estado, entregando la vida como Cristo, hasta el extremo, bebiendo el mismo cáliz que Cristo bebió, haciendo vida las palabras de San Juan de que el amor verdadero es aquel que da la vida por los Hermanos.
Ellos han vivido la hospitalidad en profundidad y honran el sentido y el significado de la vocación religiosa. Son profetas que deben hacernos despertar a todos los religiosos y religiosas para revalorizar y renovar nuestra vocación. Son Buenos Samaritanos que con el testimonio de sus vidas deben hacer despertar a toda la Iglesia el significado de la vida cristiana y sobre todo el compromiso con los más frágiles y vulnerables, los preferidos del Señor, como nos dice el Papa Francisco.
Son profetas en general para todos los hombres y mujeres que quieran escucharlos, porque la hospitalidad que profesaban y por la que murieron es también la hospitalidad que necesita nuestra sociedad para humanizar nuestro mundo lleno de conflictos, donde por desgracia encontramos más hostilidad que hospitalidad. Este valor humano y esta categoria ética, puede ser compartida por todos, por todas las religiones, por todas las culturas y por casi todas las filosofías, porque eso fue por lo que dieron la vida nuestros Hermanos, por acoger, servir y amar a los más necesitados.
Son profetas también para muchas personas que van buscando un sentido y un proyecto para su vida, inconformistas con lo que ven y con lo que se les ofrece, o que van provando cosas sin terminar de decidirse ni compromoterse. Ellos os ofrecen un proyecto alternativo y radical, como el que a ellos les ofreció Jesucristo, el de la grande y verdadera revolución del amor que consiste en romper con el yoísmo, viviendo con sencillez y sin engaños, dedicando la vida a ser samaritanos de los demás, especialmente de los más vulnerables y pobres, de los que quedan apartados en la cunetas de la vida. Ojalá muchas personas, muchos jóvenes, puedan oir la voz de estos profetas y samaritanos y decidan seguirlos. Hay muchas personas que con distintas motivaciones y creencias ya lo hacen de diversas formas. Pero el mundo necesita misioneros punteros, como Manuel, como Miguel, como Patrick, Chantal, George y todos nuestros Colaboradores fallecidos, para seguir al pie del cañón acudiendo cada día a la viña que es nuestro mundo, y a la que nos manda el Señor.
Deseo ahora agradecer a todos su presencia, su oración y su cercanía con todos nosotros y con la familia del Hno. Manuel. Quiero agradecer al gobierno de España, que a través de los Ministerios de Sanidad e Igualdad, Asuntos Exteriores y Defensa han hecho posible la repatriación del Hno. Manuel y su permanente disponibilidad para lo que necesitásemos. Igualmente a la Comunidad de Madrid, a la Consejería de Salud por toda la ayuda que nos han dado, así como al Hospital Carlos III, a su Equipo Directivo y al Equipo de profesionales que ha atendido al Hno Manuel y ha hecho todos los esfuerzos posibles. Muchas gracias a todos. Su ayuda y sus gestos son expresión de los valores que acabo de resaltar del Hno Manuel.
Gracias también a la Conferencia Episcopal Española, a la Archidiócesis de Madrid, a todos los Institutos de Vida Consagrada que estáis con nosotros siempre, a todos los sacerdotes, religiosos/as y amigos que nos acompañáis y sois parte de nuestra querida Familia Hospitalaria.
Gracias a la Provincia de Castilla y a la Fundación Juan Ciudad que estáis llevando todo el peso de este y el anterior proceso en todos sus aspectos.
Gracias también a los medios de comunicación social que desde el primer momento os habéis volcado con el Hermano y con la Orden y lo habéis hecho con gran respeto y profesionalidad.
Estamos celebrando el funeral de Manuel. Estamos presentándolo al Señor para que acoja en su Reino, a un verdadero y fiel hijo de San Juan de Dios. Seguro que él estará muy orgulloso de Manuel y de todos los demás. Desde el cielo, donde viven la dicha de los bienaventurados, ellos serán nuestros mejores intercesores.
Pero esto no ha acabado. Cientos y miles de personas siguen infectados y muriendo por el ébola en estos países. Por parte de la Orden, allí siguen un buen número de Hermanos y Colaboradores, preocupados por sus vidas pero sobre todo porque ahora mismo los centros de la Orden están cerrados a la espera de encontrar el apoyo y los medios necesarios para reabrir ambos hospitales y ponerlos al servicio de la población enferma, con las condiciones necesarias para evitar riesgos y contagios. Necesitamos seguir apoyándoles y necesitamos seguir pidiéndo la colaboración de las autoridades y de la sociedad en general, porque repito, la tragedia sigue creciendo. Por favor no los olvidemos, porque no solo podemos, sino que debemos y estamos moralmente obligados a ello.
Concluyo diciendo que ciertamente el dolor es grande por la pérdida del Hno. Manuel y de todos los demás. Pero queremos dar gracias a Dios porque también es grande la esperanza, ellos han sido un regalo para la Orden y para la Iglesia por su ejemplo y testimonio que lo queremos presentar como ofrenda al Señor en el año del Centenario de la muerte de San Benito Menni, otro gran campeón de la hospitalidad, que restauró la Orden en el siglo XIX y fundó la Congregación de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús.

Continuemos nuestra celebración del paso de la muerte a la vida de nuestro Hermano Manuel y sigamos orando por los que siguen sufriendo esta dura epidemia y por todos los necesitados de nuestro mundo.

Homilía del Hno. Jesús Etayo
General de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios
en el Funeral del Hno. Manuel García Viejo
Hospital San Rafael (Madrid)
27 de Septiembre de 2014

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