Está claro que la acción de la parroquia con los enfermos debe inspirarse en el primer evangelizador, es decir, en Cristo, que pasó curando y evangelizó curando, lo maravilloso de Jesús es que no fueron sólo palabras, sino también obras; él supo ser, estar y hacer… nos lo encontramos por ejemplo en Mt 9,35: “recorría ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias”; y esa es la misión que nos encargó a la iglesia.
Al compartir de manera eficaz los sentimientos de los enfermos y de los pecadores, mientras proclama la salvación y sana enfermos, Jesús revela el verdadero rostro del Padre, amigo del hombre y amigo de la vida. Además, Jesús comparte con sus discípulos la propia misión de evangelizar y curar, nos lo encontramos en el evangelio de Lucas: “en la ciudad en que entréis y os reciban… curad los enfermos que haya en ella, y decidles: el Reino de Dios está cerca de vosotros”.
Esta es nuestra tarea: entrar en la ciudad, en la sociedad de nuestros días, curar a los enfermos que haya en ella y desde esa acción curadora proclamar al hombre de hoy la cercanía de Dios y el cumplimiento actual de las señales que liberan. Como nos encontramos en Isaías: “fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis; mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, os resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mundo hablará." (Is 35,3-6)
La parroquia continúa la obra de Jesús y, como él y sus primeros discípulos, se inclina ante la humanidad sufriente para levantarla y hacerla caminar en nombre de Jesús.
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