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Acompañar en el sufrimiento. Compasión en el sufrimiento

 

Tema 2. Compasión en el sufrimiento



1. Texto bíblico

El Juicio Final: Mt 25,31-46

«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.

Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”.

Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Él les replicará: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».

 

2. Reflexión pastoral

Compasión

En la Sagrada Escritura, aparece frecuentemente una palabra tanto en hebreo como en griego a la que solemos traducir por compasión o misericordia. La palabra compasión viene del latín “cumpassio”, de “cum-“ ‘con-‘ y “passio” ‘pasión, sentimiento’, que literalmente significa “compartir el mismo sentimiento”, que es una traducción del vocablo griego “sympátheia”, simpatía, que tiene igualmente el mismo significado literal. Su sinónimo en latín es la palabra misericordia, que indica “sentir o compartir un afecto entrañable”, “ser compasivo”. El término hebreo está estrechamente relacionado con una palabra que se puede referir también a las “entrañas”, las cuales se ven afectadas cuando se siente de manera afectuosa y tierna la compasión o piedad: “conmoverse las entrañas”, “enternecerse el corazón”, “tener entrañas de misericordia”. Todas estas expresiones tienen, en el fondo, el mismo significado.

La verdadera compasión o misericordia tiene dos momentos sucesivos, pues desde una primera comprensión y participación en el sufrimiento del otro, nos estimula a la acción frente al mismo sufrimiento, en el amor al prójimo.

Sentimiento compasivo

En primer lugar, es un profundo sentimiento humano que nos lleva desde la relación y el acercamiento con el que sufre, a la comprensión de sus sentimientos y sufrimientos, compartiendo sus alegrías y sus penas, participando en su experiencia de lo que le está aconteciendo, de cómo vive la situación por la que está pasando. Es un sentimiento ante todo de identificación y participación en cómo nuestro prójimo experimenta su historia. Y, por ello, se crea en nosotros sentimientos de pena, de ternura y de afecto ante los males de alguien.

Es más intensa, seria y exigente que la empatía, que es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos, pues la compasión lleva a compenetrar, a penetrar uno mismo de tal modo en el sufrimiento del otro, que le impulsa inexorablemente al deseo y la acción de aliviar, reducir o eliminar por completo tal situación dolorosa. La empatía es necesaria, imprescindible para la compasión, pero no es suficiente: se necesita algo más. Este es el segundo momento de la misericordia: la acción.

Acción compasiva

Por ello, la compasión es mucho más que un sentimiento o actitud, ya que exige positivamente la acción. No se puede quedar en mero sentimentalismo o palabras vacías. No es algo externo, que no me llega a afectar. Nunca puede existir la compasión cristiana sin su acción, que es la obra de misericordia.

A veces, tenemos la tentación de reducir la compasión a un simple sentimiento de lástima o pena. Podemos escuchar con gran empatía el sufrimiento del prójimo, podemos comprender lo que está pasando, participar de algún modo en su pesar, pero si no nos sentimos movidos a ayudarlo, nuestra caridad es una farsa.

Entrañas de misericordia

La compasión humana es un reflejo de la compasión divina, pues Dios tiene «entrañas de misericordia» que le mueve a tener misericordia de nosotros para darnos la salvación. Recordemos el canto del Benedictus en el que el padre de Juan el Bautista proclama: «anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,78-79).

Estas «entrañas de misericordia» también son las de Jesús, quien se compadece de los que sufren llevándoles a la curación. Muchas veces Jesús «sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos» (Mt 14;14; 9,35-36; 15,32; 20,34; Mc 1,41; Lc 7,13; 10,32). Compasión a la que también pueden apelar los hombres: «si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros» (Mc 9,22). Compasión que suele ser manifestada a través de los milagros de curación, con lo que éstos resultan ser fruto del amor y la compasión de Dios.

Compasión y sufrimiento

Aún más. Dios es, realmente, un Dios con-sufriente, que sufre no sólo con el que sufre, sino en el que sufre. Dios interviene en el gran drama humano, no ya causando, enviando o permitiendo el mal, el sufrimiento, la enfermedad, la muerte, ni tampoco suprimiéndolos; sino desvelando que en ese mal hay un sentido escondido, que a través de esa noche oscura amanece ya la aurora de la salvación. En todo hombre enfermo está el mismo Cristo enfermo.

La compasión de Cristo es siempre activa, nunca se queda en el lamento ni en las solas palabras, sino que lleva a la salvación. La misericordia de Dios es eternamente salvífica. No se puede separar la compasión divina de su amor eterno.

Compasión y salvación

De ahí que Dios quiere que también nosotros tengamos esas entrañas de misericordia y que nuestra compasión sea eficaz. El Juicio Final que nos trae el evangelista san Mateo es elocuente testimonio de la voluntad divina. Nuestra salvación, nuestra vida futura, depende totalmente de si hemos cumplido o no sus mandatos, si hemos amado o no al prójimo como Él nos ama.

Tanto es así, que Cristo mismo está en todos y cada uno de nuestros hermanos que sufren. Tener compasión de cada hombre necesitado implica proveer a sus penurias. Las necesidades corporales que se enuncian en las bendiciones y maldiciones de este texto, incluyen todas las miserias que siguen acaeciendo en este mundo. Tener hambre o sed, ser forastero, estar desnudo, enfermo o en la cárcel, se siguen dando en múltiples formas.

Por ejemplo, no olvidemos la gran pandemia de la soledad que hunde en el sufrimiento a los que se sienten existencialmente solos. Tienen hambre de compañía, sed de afecto, necesidad de ser fraternalmente acogidos, de ser vestidos con la afectuosa ternura, ser visitados en sus dolencias o en la cárcel de su soledad.

Hay tantos hermanos mayores que sufren la enfermedad de Alzheimer, u otras enfermedades neurodegenerativas, y que literalmente necesitan que les demos de comer y de beber, que los vistamos, que los acojamos, que los acompañemos en esa enfermedad que les despoja de su historia y recuerdos, que los encierra en la cárcel del olvido.

Dios nos llama a ser compasivos como lo es Él: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. Dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros» (Lc 6,36.38). De ahí que Jesús también pueda proclamar: «misericordia quiero, que no sacrificio, porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mt 9,13; cf. Os 6,6; Mt 12,7).

 

3. Cuestiones para reflexionar

  1. Nuestra compasión ¿nos mueve a tener entrañas de misericordia, a dejarnos afectar por las anhelos y angustias de quien lo está pasando mal, a compartir en nuestro corazón el sufrimiento del prójimo, o preferimos que su sufrimiento no nos haga sufrir a nosotros?
  2. Nuestra compasión ¿se queda en un suave sentimentalismo ante las desgracias del prójimo, en una mera actitud y buenas palabras vacías, o nos lleva a movernos para aliviar material y espiritualmente al que sufre, a obrar eficazmente en favor del prójimo?
  3. ¿Nos damos realmente cuenta de cuántos hermanos nuestros están pasando por el valle del sufrimiento, necesitados de que los comprendamos, acojamos, asistamos y visitemos, de que los acompañemos con ternura y misericordia?

  

4. Para orar

¡Mi Dios compasivo, mándame Tú!

Tantas veces he sufrido, Señor,

me he sentido hundido, solo y desamparado,

pasando por el valle del sufrimiento,

sin esperanza, sin nadie que me consuele.

¡Pero compasivo, allí estabas Tú!

 

Allí me encontré a una mano amiga,

a un corazón lleno de misericordia,

a unos oídos que escucharon mi lamento,

a una voz que llenó de dulzura mi corazón herido.

¡Y compasivo, lo mandabas Tú!

 

Me acogió tiernamente con sus brazos,

me dio de comer y beber lo que mi alma anhelaba,

me vistió de la alegría y la paz,

quebrantó la prisión de mi soledad,

¡Y compasivo, lo mandabas Tú!

 

Ahora que ya sé lo que es sufrir,

deseo compartir mi alegría con el hambriento,

mi vestido y mi ternura con el desnudo,

mi tiempo y mi vida contigo,

¡oh Cristo, que sufres en mi hermano!

 

¡Mi Dios compasivo, mándame Tú!

Amén.

 

 

Autor: Luis Sánchez Ruiz Director-Coordinador del SIPS de Levante



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