Ser virgen
consagrada es ser esposa de Cristo en medio del mundo, por eso llevamos el
anillo, esto implica una relación de amor esponsal que hay que cultivar cada
día, por ello es tan importante para nosotras la liturgia de las horas, la misa
diaria y el tiempo dedicado al esposo en la realidad que nos toca vivir, el ser
contemplativas en la acción.
Y aquí juega un
papel muy importante la virgen María, ella es para mi compañera de camino que
me lleva de la mano a conocer más y por tanto más amar al esposo, ella es para mí
la buena madre, modelo a seguir y refugio en los momentos malos, sí lo de
cobijarme bajo su manto en los momentos de oscuridad es sentirme iluminada,
pero lo mejor es que es para acercarme más a Jesús ella que mejor lo conoció,
ya veis yo puedo decir que me llevo fenomenal con la suegra, iluminando y
guiando.
Describir mi
experiencia espiritual como virgen consagrada implica hablar de tres rasgos
esenciales, la virginidad, la esponsalidad y la maternidad, y es precisamente
la buena madre, quien ha vivido en magnífica armonía estas tres características
por ello decía que para mí es modelo y guía.
La virginidad no es
una carga, es una elección libre que me ayuda a vivir con mayor autenticidad,
la vivo con la virgen María imitándola es su espíritu de servicio, intentando
salir corriendo a visitar a tanta “isabeles”
En cuanto a la
esponsalidad, no puedo entender mi vida, sin esa esencia de ser una con Cristo,
esto se traduce en imitar a María en la vida de sencillez, de oración íntima,
profunda y sosegada, intentando más conocer a Cristo, para más amarle y así
poder ser realmente evangelizadora… como se suele decir no puedo hablar de amor
si nunca me he sentido amada, pues lo mismo, no puedo hablar de Cristo si no lo
conozco, y es la buena madre quien me dice cuáles son las huellas a seguir.
Y finalmente la
maternidad, ya veis, a mí me gusta llamarla la buena madre, quién mejor que ella
me puede iluminar para vivir la maternidad espiritual, es decir, la
diocesaneidad, aprender a tener un corazón grande donde quepan muchos, aprender
a ser signo de la Iglesia allí donde me toque vivir, en mi caso soy una
privilegiada, hablar del amor del esposo, Cristo, en mi parroquia donde llevo
ya 35 años, o en mi trabajo donde estoy con sus predilectos, no es difícil, no
obstante necesito seguir cogiéndome de la mano de María para llegar a tantas
periferias existenciales…
Resumiendo, la
Virgen María es madre, hermana, maestra. En ella encuentro el modelo de las
actitudes del corazón, es decir, escucha y acogida de la Palabra de Dios, en la
disponibilidad absoluta a cumplir el proyecto de Dios en la vida cotidiana, en
el estar al pie de la cruz en los momentos de oscuridad esperando contra toda
esperanza, en el cuidado de la Iglesia… en definitiva en estar atenta a
continuar diciendo Hágase en mí, para permitir que Cristo se haga presente en
los pequeños actos de mi día a día.
¡Qué alegría
recordar que ella es nuestra madre!
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