Acto de consagración al Inmaculado Corazón de María
Basílica de San Pedro
25 de marzo de 2022
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora
de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces,
nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces
hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la
paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la
lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos
en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como
Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y
las esperanzas de los jóvenes.
Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses
nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por
el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades,
alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que
somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común.
Hemos destrozado con la guerra el
jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre,
que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a
todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.
En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades,
en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos
recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor,
deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a
nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para
la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las
vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón,
nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la
conversión.
En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a
cada uno de nosotros: «¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?». Tú sabes
cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo.
Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos
momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro
auxilio.
Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de
la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la
fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3).
Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado
el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la
fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos
vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos
urgentemente tu ayuda materna.
Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos
dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza,
inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, «tierra del Cielo», vuelve a
traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la
venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva
al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en
nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana,
muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el
mundo la paz.
Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones
endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este
valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece,
que tu oración nos disponga a la paz.
Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo
el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados
a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la
compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad
herida y descartada.
Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús,
viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y
así nos encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí
tienes a tu madre» (v. 27).
Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra
historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de
la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti.
El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor,
recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos
diezmados a causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.
Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente
encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la
Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania.
Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz
que cese la guerra, provee al mundo de paz. El «sí» que brotó de tu Corazón
abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por
medio de tu Corazón, la paz llegará.
A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana,
las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las
esperanzas del mundo.
Que a través de ti la divina
Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a
marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu
Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios.
Tú que eres «fuente viva de esperanza», disipa la sequedad de
nuestros corazones. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros
constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por
sendas de paz.
Amén.
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